jueves

Sexto. Un soneto.

Es el Sol mi eterna guía,
mas hoy te diré de vero:
sabrás que sin ti no muero
ni la distancia es sequía.

Este amor que día a día
crece, aunque parezca entero...
¡mañana será más fiero!,
...y de mayor alegría.

El agua que riega y lava
también alienta su fuego...
¡y con viento se exaltaba!
La tierra armoniosa guarda
el corazón que hoy te entrego
para que en tus manos... ¡arda!

viernes

Quinto

Un diente de león 
de redondo amarillo y sol de dicha,
y el largo tallo del gozo al cielo
-del corazón amante, 
que amasa de oro
el pan del prolongado suspiro-,
infinito se insinúa 
y se ofrece al cabo,
insólito, primaveral, rejuvenecido.

Un sonriente diente de león
se cimbrea como espigada locura,
encaramado en el suave y noctámbulo rocío, 
cual preludio, acicate y escabel del día.

Así emerge de borbotón del pecho,
enhiesto de erguida gualda
y aderezado anhelo,
y te sueña con sus pétalos impares,
¡ay!, y entre dorados velos.

Allí se anuncia y te pretende
haciendo vibrar su cántico, su vuelo,
rubio y brillante, embelesado.

Y así, estirado, cascabelea
apuntando a la aurora de tu pelo,
lugar de arrebato y de belleza,
tu cabello altivo, que perfuma el firmamento.

Un diente de león, heraldo tuyo,
súbito como el astro de un cometa
nació del palacio del latido.

Y muda, y se transforma,
y acontece cual redondez de plumas
que han de peregrinar en lo sutil y presentido...
Y con la brisa del amanecer
lleva desvelos enamorados.

Desvelos que germinan eternidades.
Eternidades que germinan latidos,
alternando sosiego y algarabía,
beso y caricia, abrazo y sonrisa,
en una inacabable inquietud maravillosa.

Cuarto

Parecía un vaivén del viento,
uno cualquiera,
pero es un huracán encolerizado.
Enfermedad, desasosiego, duda.
En mitad del sueño me abrasa
y me hiela al despertar.
En la inquietud se hace afonía,
y después agonía, al descansar...
Y duele, muerde, atraviesa, devasta, 
como un alacrán sañudo y cruel,
enloquecido.
Y golpea, acuchilla, desolla, muele,
como tijera y fuego, látigo y martillo.
¿Qué decir de su largo colmillo,
qué de su garra hiriente?
¿Qué de su paralizador bramido,
de su rugido áspero y helado?
¿Quién creerá que resucito en el recuerdo 
y a cada instante perezco?
¿Quién creerá que estoy herido y me desangro en lo invisible?
¿Cuántas vidas habitaré este valle oscuro 
que recorro y me consume?
Pero ella... bondad de belleza cierta,
me agarra y secuestra del pasto negro
y me da de beber la consecuencia de su sonrisa,
y desaparece el miedo,
y el mundo se envuelve en esa especie de gracia
cuya luz sólo ella da y extiende.
¿Qué decir a eso, sino "dame, extiéndelo en mis días,
hazme jardín leve y exquisito, pero tuyo,
hatillo de colores amarrando tu pelo"?
¿Y qué decir del suave efecto de su nombre?
Cual caricia, beso, bálsamo, delirio,
me llena y me construye a semejanza suya.
Y me basta.
Y no deseo otro lar que su costado,
otro espacio que el de su abrazo,
ni otra paz que su boca.

jueves

Tercero

Se prometía una adaptación suave,
con alguna -o algún- pendiente, una duda tal vez, 
un titubeo impreso en el nuevo pilar de los días...
La clásica inseguridad.
Pero se desplegaba como un abrazo que regresa a buscarse.
Sabes de lo que hablo, gorriona de mediodías:
un abrazo que surge sincero y sencillo y... sentido,
pero lleva escondida una avalancha.
Surge sincero como la exhalación que precede a la sonrisa;
brota del corazón ese aliento 
y tiñe suave los labios que se estiran.
Sencillo como el rocío que se extiende sin alardes,
y reposa, aguarda, besa, nutre, ama, alberga.
Sentido como un pétalo afirma la flor.
La evidencia es el perfume, 
pero el pétalo concentra la ofrenda
en un sólo acto de belleza.
¿Quién sospecharía que crecería 
como montaña o abismo, 
talud, piélago, vastedad? 
Ahora que oigo el declinar de la cresta
que ha emergido para engullir el mar entre nosotros,
sé que es inevitable la demolición o el reencuentro.
Pero ésto no te diré,
porque eres inseparable del punto 
en que mi alma tiene la costura conmigo.

viernes

Segundo

Encontré que, en el silencio del búho,
hay un nictonauta, un sol escondido 
y un secreto perfecto.

El búho, que decanta y bebe el vino de la Luna,
que ulula sin contradecirse,
que vuela sin exiliarse de la noche, ¡ay!, 
anida sin parapeto ni almena.
Sé bien que en el agudo trance
de la espera inmóvil 
ni parpadea.
Sé bien que durante la ausencia 
de los que llaman durmientes, 
el búho los sueña.
Y sé bien cuánto valora el sigilio
el idilio sigiloso de silente afecto,
el verbo en el pico susurrado apenas
como velo leve, 
como si no estuviera, 
como si llevara vidas condensándose 
horneándose, puliéndose, coagulando,
hasta expresar lo cierto, 
hasta que transparenta el corazón.

Suele haber un signo
en la profundidad del océano,
una llave perdida, una canción de infancia,
suele haber.
Y el búho despliega 
eso que abraza el vacío 
y lo sobrevuela, eso que se extiende 
en la ondulación del viento
y escapa de los clamores
llegando a tu pecho en el instante 
en que te siento.
Esas, que dicen,
sólo el amor sabe cómo agitarlas,
sólo el amor.









lunes

Primero

Llegar a tiempo al tren
se parece a llorar, un poco.
La anticipada hora desgrana su paso, 
con silencios y aullidos y baúles rotos.
El adiós impertérrito levanta un muro
y separa todos los mundos posibles
de la partida anunciada con voz mecánica.
Y llega entonces, la lágrima encendida,
la que duele y arde y gira y clama,
la que brota del alma descosiendo
de sus solapas el impávido instante, 
como quien se arranca un perfume
-ese que hace florecer también a las mariposas-.
Llegar a tiempo al tren
se parece al desasosiego, un poco,
y quizás al negro, aciago vuelo 
del velo
de las despedidas.

viernes

Marguerite Yourcenar




              Firme propósito

       Ni ampararse del día bajo el árbol de nieblas,
       Ni morder el verano en las frutas dormido,
       Ni besar en los labios lentos de tinieblas
       Al muerto evaporado y vano de haber sido.

       Ni penetrar el centro del álgebra frío,
       Ni en el vacío clavar la máscara infinita.
       Ni sembrar el olvido en el glorioso río
       Y derramar la nada en la tumba bendita.

       Ni rozar, Amor mío, tu boca entregada,
       Ni su deseo quemar sin la llama esperada,
       Ni arrastrar en el cuerpo rendido la herida.

       Ni rezar con las manos juntas de la pena,
       Pero traer consigo en la noche serena
       El hondo corazón donde sangró la vida.