lunes

Llegar a tiempo al tren
se parece a llorar, un poco.
La anticipada hora desgrana su paso, 
con silencios y aullidos y baúles rotos.
El adiós impertérrito levanta un muro
y separa todos los mundos posibles
de la partida anunciada con voz mecánica.
Y llega entonces, la lágrima encendida,
la que duele y arde y gira y clama,
la que brota del alma descosiendo
de sus solapas el impávido instante, 
como quien se arranca un perfume
-ese que hace florecer también a las mariposas-.
Llegar a tiempo al tren
se parece al desasosiego, un poco,
y quizás al negro, aciago vuelo 
del velo
de las despedidas.

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