viernes

Segundo

Encontré que, en el silencio del búho,
hay un nictonauta, un sol escondido 
y un secreto perfecto.

El búho, que decanta y bebe el vino de la Luna,
que ulula sin contradecirse,
que vuela sin exiliarse de la noche, ¡ay!, 
anida sin parapeto ni almena.
Sé bien que en el agudo trance
de la espera inmóvil 
ni parpadea.
Sé bien que durante la ausencia 
de los que llaman durmientes, 
el búho los sueña.
Y sé bien cuánto valora el sigilio
el idilio sigiloso de silente afecto,
el verbo en el pico susurrado apenas
como velo leve, 
como si no estuviera, 
como si llevara vidas condensándose 
horneándose, puliéndose, coagulando,
hasta expresar lo cierto, 
hasta que transparenta el corazón.

Suele haber un signo
en la profundidad del océano,
una llave perdida, una canción de infancia,
suele haber.
Y el búho despliega 
eso que abraza el vacío 
y lo sobrevuela, eso que se extiende 
en la ondulación del viento
y escapa de los clamores
llegando a tu pecho en el instante 
en que te siento.
Esas, que dicen,
sólo el amor sabe cómo agitarlas,
sólo el amor.









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