La actitud de los árboles
La actitud de los árboles,
su gesto,
es momentáneo.
Plaza con palomas
Como un nervioso rebaño
se desgranan palomas
sobre el azogue de la ancha plaza.
Semillas grises, inquietas
en la aridez, buscan, garabatean
su nube. Un niño corre,
la hace estallar.
Hay lugares que se tocan
con el borde
de lo que somos; otros
que son la casa. En ellos
se abre este sol. En ellos entra, incontenible,
el torrente. Llena
de voz los cuartos, de murmullos
encendidos el patio, de avidez
el umbral. Su sigilo es oleaje
y su rastro. Su acaecer
el brillo suave de las piedras;
su placidez. Un palpitar de fuego,
un manantial incandescente
ilumina el tiempo, y en él,
en su copiosa mansedumbre,
la noche es rapto y caudal.
Un rescoldo de luz sobre este fruto
que toca el viento.
Sobre este cosmos que engendra
el espesor de una voz: el huerto ahondado
de un aroma. Hay lugares ardientes
que son la casa. Por ellos cruza
esta frescura.
(extracto)
Es la noche el lugar
que ilumina el recuerdo.
Es una vasta construcción
sobre el mar. Es su despliegue
y su consecuencia.
Amplios corredores se extienden sobre blancos pilares.
Las terrazas abiertas sombrean las olas,
y uno se interna y cruza
por insondables extensiones.
Va la mirada inaugurando los trazos,
van las pisadas centrando la inmensidad.
Y su perfil
cambiante se va trabando.
Y su emprendida solidez
nos va infundiendo una claridad: la del espacio
que se entrelaza. Vemos
transparencia en los muros, transparencia en las densas,
despiertas olas y una alegría nos roza como un augurio,
como la aleta fina y sigilosa
de un pez.
Es la memoria el viento
que nos guía entre la noche
y en ella funde
su tibieza: Nos va llevando,
nos va cubriendo con su aliento. Y es su suave premisa, su
levedad
la que entreabre esas puertas:
Balcones, cuartos
aromados pasillos. Salas
de inextricable y nítida placidez. Ahí,
entre esplendores recién urdidos,
bajo el espacio imperturbable, recobramos, a gatas,
la expresión de los muebles,
su redondeada complacencia: Todo
nos cubre entonces
con una intacta serenidad. Todo
nos protege y levanta con gozosa soltura.
Manos firmes y joviales nos ciñen
y nos lanzan al aire, a su asombrosa, esquiva, lubricidad.
-Manos entrañables
y densas. Somos
de nuevo risas,
de nuevo rapto bullicioso,
acogida amplitud.
Todo
nos retoma y nos centra,
todo nos despliega y habita
bajo esos bosques
tutelares: Agua
goteando; luz
bajo las hojas intrincadas del patio.
[...]
Hay lugares que se tocan con el borde de lo que somos...me encantó, gracias
ResponderEliminarUn abrazo
Me alegra compartir contigo estos versos de Coral Bracho, Alma, gracias a ti por la visita.
EliminarHogar e íntima alegría que estalla.
ResponderEliminarAgradecida siempre de encontrarte. :)
:) Y yo me alegro de cada coincidencia.
EliminarPerdona la demora, estuve fuera y desconectado, Bel
¡Abrazos!