Tomás Segovia, vivió en las llanuras sonoras del pensamiento y surcó sus cielos con la poesía. Lo mío por él es -como comprobaréis- sencillamente reverencia... Tiene todas las dulzuras y exquisiteces de los puertos de España y México. Así vio latir la larga noche del Atlántico desde ambos hemisferios y participó, para el gozo común, en el tejido mágico de la palabra. Cantó a la mujer, y a la palabra mujer, con ese ardor que sofoca y brota, exánime y doliente, rendido, ante la sublime belleza de tal encarnación: la mujer, hecha de carne y de misterio, de última fascinación, de paciente ternura. Os dejo con sus versos.
Encarnaciones
Hundido el rostro en tu cabello, aspiro
el sofocante aliento de la noche
que allí estancado humea y flota como el sueño.
Todo el inmenso espacio pesadamente yace
sobre esta tibia tierra adormecida,
sobre el cuarto y el lecho y nuestros miembros,
y la casi secreta agitación
que mueve nuestros pechos.
No respiramos aire, respiramos silencio;
un gran silencio inmóvil
que cubre nuestra piel desnuda
como oscuros aceites.
Y de pronto,
siento que mi ternura me desborda y anega,
que también con la sombra te acaricio,
y te abrazo también con el espacio,
y te rozo los labios con el aire;
que toda esta solícita violencia
es también este vasto silencio conmovido
que arrojado de bruces encima de nosotros
se asoma a nuestro amor,
y lo recorre entero un estremecimiento,
sollozo cálido, ala del destino.
Tú me descubriste este poeta magnífico!
ResponderEliminarTú... que eres otro magnífico poeta!
Parafraseando a Unamuno: "¡Viva la inteligencia!" ¡Y viva la palabra hecha belleza!!!
MUAK!!!
¡Viva!
ResponderEliminarTomás tiene esa vibración íntima, la que -a cualquiera- puede hacerle decir: estos versos son como mis latidos, los estuve cosechando para ti, para sembrar contigo los claveles de la noche...
Beso!
Intenso...
ResponderEliminar