miércoles

Ángel González

     
       Tenemos ante nosotros al erudito de la palabra humilde, un incansable pulidor de versos, D. Ángel González. Es difícil traer un sólo poema que pueda representarle. Elegimos éste porque irradia, de una manera especial, esa luz que ilumina por completo los sentidos, devolviendo el discurso de la vida a la razón original que alimenta el viaje de un nictonauta: si volviera a nacer, probablemente recorrería los mismos caminos que me trajeron aquí; o lo que es lo mismo, si pudiera hacerlo todo de nuevo, probablemente lo preferiría todo como es, incluso tal y como está. Y es que cualquier viajero se sabe co-creador de la realidad que experimenta, también de lo inaudito de su aventura. ¡Y qué mayor aventura que el amor...! D. Ángel González, seguro que sin pretenderlo, nos trae esa serenidad que hace libres a los seres humanos de asumir la perfección: nada nos acerca tanto a la verdad como lo que vivimos plenamente.


                        Me basta así

Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;  lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
                                  entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio.
                         Oigo
    constelaciones: existes.
                          Creo en ti.
                                      Eres.
                                         Me basta.)




Un proyecto común de D. Ángel González y Pedro Guerra




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