martes

Un nictófago cualquiera


       pasea el rostro del tiempo abreviando su vida, tratando de beber el secreto líquido que puede llenar de placer cada noche, y frecuenta sus espacios por si pudiera rellenarse con ellos hasta tener un cuerpo completo,  como hacen con paja -salvando las distancias- los propios espantapájaros. Un nictonauta no cede: salta de la cicatriz a la herida, y de la herida al beso. Camina así, averiguando en cada noche lo que le hace permeable a las huellas de la realidad. Abraza la noche si puede, y la alumbra y la atraviesa en el mismo aliento con el que se salpica de estrellas. Un nictonauta, digámoslo así: sabe guardar silencio, y escucha. La noche, gran engendradora, no está preñada con las voces humanas, y no conoce nada que pueda llamarse nuevo. Todo lo que es ya estaba, o está, o seguirá aguardando en ella el preciso instante en que por fin se derrame o brote, o surja, o suceda. Porque lo precedía todo justo antes de que todo fuera, ella ya estaba encinta del primer inicio y sigue embarazada del último final, lleva de la mano todos los aconteceres como una divina matriarca, y encierra en sí misma los senderos de todos los misterios. Pero es generosa aunque oscura, y siendo la Primera, la Única Eterna, elije mostrarse siempre renovada y finita, comprensible, veraz. Por éso una sola noche basta para adentrarse en ella, y es más que suficiente en la copa del nictonauta. La esencia es arropada por la existencia y, si queremos conocerla, deberá ser mostrada a través de sus ojos, los del anochecer, atónitos sentidos en la venda del engaño; entonces veréis la médula brillar al fondo de lo invisible, más allá del callejón en el que se extravían todas la verdades a medias. La esencia arde, va inflamada y luce como un astro insólito que aviva y da fulgor a ése relámpago que llamamos vida. El nictonauta, desapareciendo en la mayor opacidad que vive en el seno de la noche, perpetra la tiniebla y define su derecho: el de salvarse amorosamente de su propia nocturnidad. Por éso llegará el día en el que, ya enfrentado el tempestuoso mar de las dificultades, también él surgirá de ella, nacerá -por decirlo bien- a bordo de su navío, después de larga o corta singladura, y enarbolando las velas que han de vestir los vientos que ya viven, amarrados, en la luz del día.



Foto: Kenneth Josephson, Illinois, 1958


3 comentarios:

  1. Sentada frente a tu verbo...camino.

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  2. Tengo la impía necesidad del perfeccionista. No estoy del todo enamorado de este texto aunque refleja bastante bien lo que quisiera contar. No vivimos más que un espacio de luz que se mece en un nocturno infinito. El sueño de Brahma. Y siento que es ahí donde he de buscar la llave... "por la secreta escala disfrazada [...] estando ya mi casa sosegada".
    Un beso, Bel; y mi gratitud, Alma, por venir. Mi mayor admiración a las dos.

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