jueves

"...Hijos de la Noche somos,

              y así nos llamamos por Esparta. Licurgo, patriarca de la estirpe, dejó establecidas con firmeza y piedra las claves de nuestro futuro, un linaje de hombres y mujeres fuertes, independientes, dominadores de los extranjeros, libres al precio que sea, justos, respetuosos con los dioses. La tradición nos arropa y calzamos la muerte, allí encontramos y encontraremos la justificación definitiva. Me llaman Laoco. Mi brazo es sólido hasta la punta de mi lanza, vigoroso mi escudo, el Sol no conoce la sombra de mi espada. Cuando se trata de la verdad, los ojos revelan el corazón, las manos las intenciones. Las palabras tienen poca importancia para mí y sólo las empleo con los Iguales. El cielo cubre mi cabeza, la tierra impulsa mis pasos, el viento recibe mi aliento y lo multiplica.
       ¿Qué es el espíritu sino la sagrada filiación de la naturaleza? ¿Y qué es la naturaleza sino el imperio de los más aptos? Así lo quieren los dioses y así somos: el orgulloso anhelo del pueblo, los mejores hombres posibles, los Hijos de la Noche. ¿Qué decir? Todo es cierto. Los animales tienen garras y colmillos, músculos poderosos, resistentes, pellejo duro y cornamenta. Los espartanos tenemos la eugenesia, el coraje, la astucia, el entrenamiento duro y refinado de la agogé. Mas ésto por sí mismo no basta. Tenemos nuestra nación, y la soledad jamás la habitaremos solos. Cada uno de nosotros es Esparta, la Esparta total y victoriosa; incluso en los campos de batalla que se imaginan en sueños los reyes bárbaros, tenemos un pie sobre el cuello del destino. Mi pie aprieta. Las demás ciudades son una sombra que el tiempo arruina y el viento dispersa. Esparta es eterna. Cualquiera lo sabe, y el que no lo sabe, lo sabrá. Y lo sabrán sus hijos, y los hijos que después tendrán.
       Mi primo Leómaco dice que la victoria no lo es todo, lo es el reto. Que vivimos enamorados del desafío, y hacemos voto de peripecia porque podemos aspirar a la leyenda donde otros tiemblan, podemos allanar la tierra. Que lo nuestro es, dijo, "un nocturno sacerdocio de la guerra". Es un maldito poeta. Nosotros somos lo que somos, el viento afilado de Lacedemonia. Un viento que derriba muros, derrota tiranos, derruye fortalezas y arrasa las piedras. Viento que azota, mutila y quema. Ya está.
       Mi lejano primo, el diarca Leónidas... ¿quién no le recuerda cerrando las Termópilas al persa? Sobran palabras, otra vez. Habría sido la gesta muy admirable de un rey que no fuera espartano. Nosotros sabemos que no podía ser de otro modo tratándose de la sangre de Esparta, y que si Leónidas no marchó sobre Persia es porque fue traicionado. Jerjes tuvo la debilidad humana de su parte. Maldito sea el nombre del traidor para siempre y quede mezclado en podredumbres, retorcido entre las alimañas. Ojalá que los dioses dejen ese nombre escrito en la barriga escamosa de las serpientes.
       Ahora debo dejarte, extranjero. El rey Agis me reclama. No pasees por Esparta sin este ilota, mi esclavo. Él lleva tatuado el nombre de mi casa. Cuando regrese me contarás lo que sabes del macedonio Antípatro, escudero de Alejandro. Si no morirás, y yo me encargaré de que sea de forma vergonzosa. Has venido a Esparta, y no lo olvides nunca: sabemos ser generosos con los aliados."

       El extranjero lo siguió con la mirada mientras se alejaba. También él era un guerrero, aunque no tan portentoso como Laoco. En cada fibra de su cuerpo se acantonaban las palabras que había pronunciado, como cuero curtido y recio. Realmente sintió estar en la presencia de toda Esparta, y éso estaba siendo demasiado. Buscó sin encontrar dentro de sí ninguna imagen de aliento, ningún recuerdo que le devolviera al valor. Estaba seguro de que, hiciera lo que hiciera, moriría. Por hablar, por callar, por mentir o decir la verdad. ¿Por qué lo sentía así? En todo caso no había sido una buena idea venir a venderles información; pareciera que despreciaban a los traidores más que a los insectos. Quiso tener una oración que rezar, y aún le sorprendió más encontrarse un corazón vacío, desmemoriado y temeroso. Su pecho era una fragua abandonada. Cerró los ojos y se quedó sentado, como a la espera de Laoco, tratando de parecer despreocupado. Fuera, el bullicio de la calle continuaba pero hacía tiempo que ya no lo advertía; sólo el aire denso, pesado, que respiraba: plomo abatiéndole las costillas, ciñéndole el torso con cadenas, aherrojando por dentro, silenciosamente. El cada vez más apretado aire, cada vez más grueso, de destilado oscuro y de recóndito espeso.


 

2 comentarios:

  1. Del día y la noche "somos o no somos" hijos.
    El "palindrómico" ciclo hacia delante...hacia atrás.
    Cada guerrero ha tenido capacidad para mirar más allá, de eso dependía su supervivencia.
    Y el espartano era especial, incluidas las mujeres, a pesar de la selección durísima que hacían de la descendencia.
    Es importante también cuidar al débil, a aquel que no tiene elección. En cambio un buen guerrero es leal, la traición no cabe en su corazón, a no ser que lo ciegue la venganza. Y entonces... estará equivocado.
    Espero que tu amigo esté contento con tu texto. A mí me encanta.

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  2. En este instante en el que Laoco habla con el extranjero, se acerca el final de Esparta. Antípatro derrotará a Agis III, y los magníficos hoplitas espartanos caerán frente a la veloz caballería macedonia. Lacedemonia rendirá tributos a Alejandro, encarnación de una divinidad solar. ¿Me lo parece a mí o hay una especie de recorrido simbólico en la historia de la humanidad?
    ¡Gracias por tu comentario!

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