“El siempre difícil Tutatis nos ha
entregado a los romanos. Su Nocturna Hermandad se disolvió llevándose el
recuerdo de la sangre vertida por nuestros antepasados. Qué adversidad ésta,
nueva, triste, infinitamente triste y desoladora. Nos han abandonado los
ancestros y los dioses; incluso los dioses antiguos ya no responden a los lamentos del pueblo.
Ayer llamábamos a Esus en el bosque soplando el cuerno, cascando palos en las piedras
de granito y a golpes de sonajeros confeccionados con nueces y huesos, como en
las tradiciones del druida. Ayer, que pudimos arrancar el corazón de tres
enemigos para dárselos a los lobos ensartados en una corona de ciervo, no
obtuvimos respuesta a pesar del potente ruego. E insistente. Nos llenamos la
boca con la sangre de los caídos y las cenizas del fuego de la tribu durante
toda la noche, y ni siquiera sentimos el pavor en las entrañas al ver un asomo
del poder de Taranis, a punto de atronar en la montaña al amanecer. Estamos
solos. Mi alma es un festín que devora la pena. Tutatis el Fuerte, amparo y abrigo del pueblo, vigía y defensor de la tribu,
nos ha dejado a merced de ése dios Marte de los extranjeros… Ni siquiera vimos
su resplandor acompañar el escudo de nuestro rey. SPQR -¿qué deidad es ésa?-
brillaba en el campo de batalla donde Lugh ha sido derrotado, atravesado por esas
cuatro runas doradas enmarcadas en laurel. No sé cómo ha podido ocurrir, que la firmeza de los poderosos
dioses inmortales haya abandonado los corazones es inaudito. Ya no somos libres
de vivir donde queramos. Nuestra tierra, nuestra cerveza, y nuestras mujeres
tienen nuevos amos... y no podremos remediarlo.”
Después de llorar así, el guerrero
celta elevó la mirada. Su cabeza de pelirrojas cicatrices temblaba con cada aliento. Despacio se irguió, y con destreza mató a su hijo y a su caballo. Arrojó a una sima cercana el cuerpo bienamado del
pequeño, bien enrollado en un sudario limpio. Luego, tomando la espada fuertemente, se acuchilló el pecho con un gesto y
saltó a la misma grieta que había consumido el cuerpo del niño, las fauces abiertas de la piedra, embocadura de un canto atormentado que regresaba otra vez al silencio. El último lamento del celta se ocultó para siempre en esa negra vejiga de la tierra, como si
en tal oscuridad el mundo pudiera -por fin- cerrar todas las heridas que se nos han tragado, a nosotros, ingenuos escenarios de la fatiga, el dolor y la derrota. Como si pudiéramos ser el germen de una promesa intacta. Como si pudiéramos, nosotros y la tierra, reescribir el epílogo de las tantas tinieblas. Al cabo de unos minutos, un impávido Sol en el cielo cifraba el nuevo mediodía. A lo lejos las nubes se acoceaban persiguiendo las bridas de los vientos. A lo lejos...
Por Tutatis!!!
ResponderEliminarEl que ha tenido poder lo ha impuesto (cobrando, además, excesivos "impuestos"). Roma nos legó...a ver..."¿qué nos han dejado los romanos...?" (se escucha un silbido "iluminado" de fondo http://www.youtube.com/watch?v=Pt2xySy39GI);bueno, sí, nos dejaron infinidad de maravillas, pero también acabaron con muchas otras.
El pobre guerrero sacrifica lo más sagrado que tiene y, después, como un digno samurai, se entrega a la tierra, (me acordé de Medea).
Y esa despedida tan nerudiana...Me encanta!
Gracias, Bel. Es un recorrido por las mitologías, para el que un amigo me recomendó buscar "otra voz narrativa", porque la entrada de Tezcatlipoca le pareció un rollo, jajaja. Tutatis, Taranis y Esus son deidades celtas llamadas los Dioses de la Noche, y francamente me alegro de que te haya gustado. Tuve que buscar un hecho significativo para hablar de ello, y me pareció apropiada la figura del guerrero, en el orgullo desesperado del que lo ha perdido todo y, como en en Numancia, no quiere legar sus hijos a un futuro sin esperanza. Creo que quedó bien. ¡Un beso!
ResponderEliminarEl que ha sido guerrero una vez no puede ya dejar de serlo.
ResponderEliminarTus textos son rebuenos!