miércoles

λαβύρινθος [β]

       El Cielo es otro de los laberintos que más han absorbido la atención de la humanidad: tan grande es la confianza que tenemos en que existe un enigma que podremos averiguar. Los primeros grandes astrólogos fueron, para nuestra mitología, los centauros. El viaje que simboliza el centauro que, emergiendo de la tierra, desea una morada celeste, viene significado en su cuerpo. Mitad inferior de animal, y sujeto a las pasiones inferiores -con las que se "mueve"-, y superior de hombre, con la que se expresa. Su búsqueda de la sabiduría que viene otra vez simbolizada en el atributo principal del arco y la flecha de la Constelación de Sagitario, en la que el Centauroide le dispara a una estrella.
       Este viaje de la Tierra por el laberinto del Universo también es el viaje del Sol. Los doce (o trece, según autores) signos zodiacales son doce estancias celestes que enmarcan las evoluciones de nuestro planeta mientras circulamos por este ovillo que devana la madeja. Descifrar el designio de la colocación de las estrellas en la bóveda nocturna, el de las manchas en la piel del jaguar -que escribía Borges-, es lo único que puede sacarnos de esta celda, devolvernos nuestra divina filiación y nuestro poder.
       Los laberintos de arriba, los interiores y exteriores... y los laberintos de abajo. La mitología también alude a la figura invertida del Centauro: el Minotauro. Monstruoso fruto de la unión de Pasífae, esposa de Minos, con un toro del rebaño de Poseidón. La maldición que originara todo este extravío se encuentra en el castigo de la ambición humana, arrastrada desde la envidia a los dioses, y con ésta la impiedad, la simulación y el engaño. Qué cierto es aquéllo de que las virtudes y los pecados van siempre en racimos, como las enmarañadas direcciones del laberinto. El Minotauro es el reflejo perverso de los bajos instintos animales en el confinamiento de la naturaleza espiritual. Surge como hombre que mira, piensa y se expresa como bestia. Un enemigo de la humanidad, que se alimenta de la virginidad de la especie. De la mancebía. De la inocencia. ¿Cómo no enclaustrarle en la más evidente estructura que puede contenerle? Dédalo construyó la imagen del laberinto por antonomasia: la cárcel perfecta. Y es ahí, en las cárceles, donde todavía encerramos nuestra naturaleza monstruosa, aquélla que avergüenza nuestra estirpe, como le sucedía a Minos.
       En el mito de Teseo se encierra todavía el prodigioso viaje interior que hemos de realizar para vencer ese oscuro y lejano pecado. El de los nictonautas. Pero todo mito tiene varios niveles de interpretación, y quizás propone el mejor camino que, como especie, podemos recorrer para recuperar nuestro linaje divino. Y pasa, cómo no, por la identificación con el sufrimiento de los demás, y descubrimiento del Amor como única ayuda capaz de guiarnos en la ceguera perfecta del laberinto: el hilo de Ariadna. La mujer es el elemento clave de nuestro desarrollo como especie, su instinto, su entrega, su inteligencia y capacidad de sacrificio, de distinguir lo real de lo irreal. Cierto que Teseo, ebrio de éxito, la engañó y la dejó tirada. También es cierto que por ello se condenó a sí mismo a una vida solitaria y culpable, defenestrando su naturaleza como padre en la figura de Egeo... Los griegos eran únicos en la elaboración de una tragedia, desde luego.
       Nuestro propio cuerpo, como laberinto sensitivo; nuestra curiosidad innata, como potente estímulo de la odisea del descubrimiento, y la necesidad infantil de asomarse al mundo como un lugar de asombro y de recreo, son factores clave con los que interpreto la figura del laberinto para nuestra nictomaquia. Al fin y al cabo, un laberinto es tal porque invita a estar dentro, donde se da la acción, el viaje. Y un peregrinaje, un recorrido, implica siempre un transcurso de tiempo y espacio, y por lo tanto una narrativa. Lo natural cuando cualquiera de nosotros piensa en un laberinto, es hacerlo como a vista de pájaro, desde afuera y desde arriba. Para resolver un secreto la mejor posición es siempre desde la contemplación del todo, ¿verdad? Los nictonautas, sin embargo, vivimos una épica distinta. Nos sabemos adentro, en el discurso de la noche, del caos. Confinados en un viaje que tiene todo de extraordinario. Dirigimos el timón y desplegamos las velas hacia donde se intuye la claridad del día, conscientes de las huellas que tantos otros dejaron y por las que se puede continuar hacia adelante. Un nictonauta es el heredero de todos los temores, de toda la pasión y de todas las consecuencias.


Ilustración: Rafael Edwars (Chile)


       Nictonautas, para los que deseáis profundizar más os remito al texto de Paolo Santarcangeli: "El libro de los laberintos". Os recomiendo también a Maurits Cornelis Escher, visualizad sus láminas. Reflexionad sobre la libertad, y por supuesto nunca, bajo ningún concepto, dejéis de sentiros perfectamente libres.
       Quien es libre, siempre es libre.



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