lunes

El nictívoro

               fuego.
                    Donde prospera, se sabe:

todo lo que no se consuma en él, se consume en él.
Entre el humo que asciende
y la tiniebla que brega
la noche engendra a la noche verdadera.
Nube interrogante que mueres de fuego,
¡mírame! Dime cuántas,
por cuántas de tus oscuras estrellas,
instantáneas, perecidas,
invisibles, arcanas,
he de permanecer igualmente así.
Dime cómo la sutilísima
última seda con que nos tejes y rozas,
coagula en transparente humedad.
Dime cómo te perfeccionas
antes de amanecer, cómo amas.
Contemplando esta luna declinante
se destilan en mí todos mis sueños
y arden. ¡Se queman en mis labios!
Beber quisiera de este rocío,
calmar siquiera en tus besos mis llagas,
en tu breve tacto que precede al despertar.
Pero héme aquí, ataviado de sombras,
como un loco que suplica clemencia al abismo.

          El fuego, terrible rey. Poco suele ser insuficiente y mucho demasiado. Devora aquéllo que lo alimenta con un amor depravado. Purifica aquéllo que se le entrega con un amor virtuoso. Y en los regios vestidos de la noche, adorna su oscura capa de brillos y lentejuelas. Broche perfecto, sello perfecto e ideal celador. ¿Cuánta noche hay por descubrir? No lo sabemos, pero sí cuánta amistad le debemos al titán Prometeo. En estos atardeceres de Julio, cantemos y bailemos, celebremos junto al fuego, y que se vayan amando lentamente estos dos enemigos, sin llegar a la herida. Si es por el fuego que la noche se aleja, dejémoslos transcurrir como quiera que vivan su fortuna.



"Fuego bajo un cielo que huye"
Ilustración: Lisandro Demarchi

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