Tántalo, el embustero, asesinó y se falseó a sí mismo para manipular a mortales y dioses. La destrucción de la belleza y la gracia otorgadas al joven Pélope fue horrenda, y más aún: para castigar a los dioses por su liberalidad con Pélope, se los ofreció descuartizado en banquete. Quiso dominar los cielos y la tierra a través del poder de los secretos.
Ixión también fue un asesino nefando que hayó misericordia, pero... quiso dominar por el amor a Hera con un exquisito cortejo para que todas las potencias del universo sirvieran a su pequeño capricho, su verdad.
Tántalo es arrojado a un infierno de apetitos frustrados: hambriento, sediento, asfixiado, amenazado, y con la satisfacción de su ansiedad a unos eternos escasos centímetros. Ixión, día y noche encadenado a una rueda de fuego, centrifugará su angustia sin conseguir lavar su pecado. Cada deuda singular tiene su desagravio, aunque ambos castigos les obligan a permanecer en el centro de una aflicción sin posibilidad de escapatoria, ni redención, tal es la careta que eligieron. ¿Acaso como hicieron ellos, nosotros mismos construiremos nuestra prisión? ¿Crearemos con nuestros actos algo más oscuro que la noche?
Hendrick Goltzius (s. XVI)
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| La Caída de Ixión |


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