el primero que testimonia los peligros de adentrarse en la noche.
Engendrado entre Nix y Érebo (la Noche y la Oscuridad Total), ya nació viejo. Es flaco y malhumorado, tacaño y sarcástico a veces... un solipsista, vamos. Los nictonautas de la astronomía le bautizaron como luna de Plutón, y al tiempo le rebajan a Plutón su categoría de planeta. Pero es lógico, por absurdo, ¿no? ¿Cómo va a ser del inframundo un cuerpo celeste?. O mejor dicho: ¿cómo va a ser un cuerpo celeste del inframundo? Quizás tenga un intenso sentido metafórico, no sé, y Caronte protagonice un oxímoron de ésos para anochecidos poetas, o incluso sea una figura retórica cósmica, una antinomia encarnada, un disparate. Hasta donde conozco el Aqueronte de mis emociones, he imaginado ver tantas veces al barquero en sus tinieblas que ya distingo el sonido de su remo cuando azota el agua, y me previene. Caronte, la máscara de la muerte deseada, de la huída deliberada y del desaliento, siempre exige su pequeño precio: abandona en esta orilla tu afán, tu sustento, tu promesa, paga el óbolo, tu moneda. Pero igual para aquéllos que pidieron regresar donde los vivos tiene su precio, mas en su precio un mensaje de esperanza: vive tu promesa, transfórmate en el óbolo, sé la ofrenda.
Todos los que alguna vez conocimos el desfallecimiento, la angustia, la depresión, ¡la congoja!, y no supimos encontrar el camino de regreso a la orilla de la vida, hemos visto el rostro de Caronte, por lo menos una vez: en el espejo, interrogando sobre la orilla a cruzar...

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