He tenido la fortuna de llegar al estuario de Coral. La he releído a lo largo de estos días con una cansada avidez que, sin embargo, no conseguía hartarme. Parece que no lo conseguirá. Esta mujer fascina mi sensibilidad, incluso la sublima; es como ocurre con esos cambios repentinos en los que el hielo se disipa en una nube, directamente. Sucede que no hay demoras. Cuando su poesía me roza en un segundo me desnuda y me evapora. Os aseguro que intento no ceder a la seducción de su lenguaje... y al instante me hallo rodeado de luz. No sé cómo lo hace, cómo atrapa ese vestigio de mi ser que, a su llamada, abandona las cavidades de mi cuerpo y mira el minuto intenso con ojos renovados; ni cómo este navío es bamboleado por sus versos sin quedar ahíto de verse estremecido y mecido en un compás idéntico.
A conocerla fui, indagando en las arenas de esta red de unos y ceros que nos conectan... quise hacerme una idea de su talla. Intenté -como lo haría una hormiga- hacer un recorrido por su figura literaria, un itinerario al azar por el cuerpo que se dibuja en sus textos y alrededor de ellos. Al acercarme a las palabras de otros, leo epítomes que la refieren como "figura emergente de la poesía mexicana", "referente", "poesía neobarroca" o cosas por el estilo muy bien colocadas en el embaldosado de la crítica; pero también leí "resplandor", "deseo de lo excesivo", "laberintos". Coral Bracho está dejando huella con su lirismo, esa forma sentenciosa de indagar en la línea que separa su mundo interior y la naturaleza, como si cada palmo del universo que le acaricia o le araña le perteneciera, y es una naturaleza que se percibe como éxtasis. Una poesía llena de imágenes sensitivas que, como definía aquél, pertenece a la labor de la escritura como tatuaje. Os traigo un botón de muestra, al que seguirá un tejido fabuloso...
Dame, tierra, tu noche
En tus aguas profundas,
en su quietud
de jade, acógeme, tierra espectral.
Tierra de silencios
y brillos,
de sueños breves como constelaciones,
como vetas de sol
en un ojo de tigre. Dame tu oscuro rostro,
tu tiempo terso para cubrirme,
tu suave voz. Con trazos finos
hablaría.
Con arenas de cuarzo trazaría este rumor,
este venero entre cristales.
Dame tu noche;
el ígneo gesto de tu noche
para entrever.
Dame tu abismo y tu negro espejo.
Hondos parajes se abren
como fruto estelar, como universos
de amatista bajo la luz. Dame su ardor,
dame su cielo efímero,
su verde oculto: algún sendero
se abrirá para mí, algún matiz
entre sus costas de agua.
Entre tus bosques de tiniebla,
tierra, dame el silencio y la ebriedad;
dame la oblea del tiempo; la brasa tenue
y azorada del tiempo; su exultante
raíz; su fuego, el eco
bajo el ahondado laberinto. Dame
tu soledad.
Y en ella,
bajo tu cielo de obsidiana,
desde tus muros, y antes del nuevo día,
dame en una grieta el umbral
y su esplendor furtivo.
(de Trazo del Tiempo)
De nuevo, ese antiguo vocablo usado por aquel diseñador de lámparas de Bagdad: ASOLLIVARAM!!!
ResponderEliminarUn abrazo!
:) gracias, Bel, siempre es grato recibir la cosquilla de tu aleteo. Me alegra compartir a Coral Bracho contigo!
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