viernes

Nictálope


               Orfeo... el tracio, fruto de la unión del rey Eagro -en otros labios el dios del río de Tracia- y la musa Calíope, fue un bravo nictonauta. Su mágico talento con la voz y con su lira le llevaron a ascender a la más elevada noche y descender a la más cerrada. Enamorado de su esposa Eurídice, que fallecía por la picadura de una serpiente, decidió arrostrar los infiernos para rescatarla o morir: así le abrasaba la llama del amor. Allí, en lo más oscuro, cantó y los tormentos del Tártaro cesaron para oír su voz. Dicen que representó ante el propio Hades y su mujer Perséfone un canto tan conmovedor y bello, que le premió con el regreso de su mujer mas una condición: Eurídice le seguiría hacia afuera pero él no volvería el rostro hasta abandonar la gruta por la que había encontrado la escala al inframundo. En el último paso antes de salir, Orfeo miró hacia atrás, intrigado, y así pudo ver en la penumbra final cómo la bella Eurídice le era arrebatada nuevamente, cómo la noche del averno abría su vientre ciego y la tragaba, cómo era encadenada otra vez a la muerte a causa una duda. Sufriendo su pérdida, desconsolado por su propia contradicción, moriría poco después. Algunos cuentan que las Bacantes tuvieron algo que ver, que lo desmembraron porque despreciaba los ritos de Dionisos; otros que el propio Zeus le ajustició por revelar divinos secretos. Lo cierto es que pocos descendieron a las inmundas moradas del dolor eterno y del espanto, y regresaron al tercer día con nosotros. Y menos por amor.
       Pero no es ésto todo lo que podemos conocer con él. Un nictálope como Orfeo, que penetra el misterio de la noche y lo desentraña tiene mucho más que contarnos, que mostrar. Su canto sanaba, sometía a las bestias y aplacaba a los dioses. Incluso el tiempo se detenía, y el discurrir de las aguas; y tanto los árboles como las rocas seguían el ritmo de sus versos. En la expedición de los Argonautas, la del Vellocino de Oro, fue su melodía la que desencantó el hechizo de las sirenas, salvándolos a todos del desastre. Tras su propia muerte, su cabeza separada llegó a la isla de Lesbos, donde unida a una lira cantaba y profetizaba. Y he aquí que, en torno a una peculiar teogonía que situaba el alma humana en el centro de la creación, Orfeo descubrió en la Noche la nada creadora, el Principio.
       A partir de aquí, nictonautas, sólo puedo revelaros que existe un voto: "Juro por Aquél que ha separado la tierra y el cielo, la Luz y la oscuridad, lo húmedo y lo seco, que guardaré y custodiaré los Sagrados Misterios..." ; y un testimonio: fuimos bendecidos con su paso.

 

       
George Frederic Watts Watts



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